Cuaderno de bienes

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— del latín RECEPTA, «cosas recibidas»

Nos preguntan con mucha frecuencia si lo biológico, lo ecológico y lo orgánico es lo mismo. Lo aclaramos aquí rápidamente: todo se refiere a lo mismo. Así de sencillo.

En castellano tenemos la particular dificultad de que hemos heredado casi simultáneamente el adjetivo para identificar lo ecológico de los países francófonos y de los anglófonos. En los primeros, el adjetivo generalizado es “biologique”, y de éste hemos tomado las palabras biológico, bio y sus derivados. En el entorno anglosajón se utiliza casi exclusivamente “organic” para la misma denominación, de donde, sin comernos mucho el coco, hemos derivado a “orgánico”. En el caso del castellano, a la vez que hemos adoptado la forma literal de estos dos epítetos, incorporándolos como biológico y orgánico respectivamente, pero para definir la misma realidad, y además utilizamos como vocablo más generalizado el término “ecológico”. Los tres, por tanto denominan lo mismo. Pero no se trata sólo de una confusión verbal: si fuera así, en los países francófonos y anglófonos el concepto sería nítido, y la falta de claridad en torno a lo ecológico también les afecta a ellos. 

Nos extraña es que haya tanta confusión para identificar lo que es simplemente natural. ¿Hasta tal punto se ha complicado lo que debería ser nítido y sencillo, que resulta dificultoso denominarlo?

Esta confusión es fruto de un largo proceso. Cuando los métodos de producción y elaboración de alimentos sufrieron, hace unos cincuenta años, una desviación de los métodos tradicionales, respetuosos con el entorno y los ciclos naturales, se vivió como un logro puro de la ciencia alimentaria: aparentemente sólo se había se había logrado mayor rendimiento. Nada, al parecer, por lo que alarmarse. 

Desde entonces, una progresiva industrialización ha degenerado los procesos, acelerándolos al servicio de la productividad. La cantidad pasó a ser el único propósito, dejando por el camino la calidad, el valor nutricional de los alimentos, el respeto a los espacios de cultivo y a los animales explotados, la milenaria atención a los ciclos naturales, el respeto a los modos de vida del entorno rural humano, todos los principios sobre los que se habían fundado desde siempre la agricultura y la ganadería. A cambio, se abrió el grifo del uso de la naturaleza como una máquina de alto rendimiento, sin tener en cuenta su carácter finito ni la fragilidad intrínseca de su equilibrio. Se comenzaron a utilizar pesticidas y aceleradores del crecimiento de origen químico, que a la larga resultaron ser perniciosos, en muchos casos directamente venenosos. Se incluyó como práctica habitual el uso de la manipulación genética de las especies, sin tener en cuenta ni investigar la posibilidad de su efecto perjudicial para el medio ambiente, la biodiversidad y la salud de los consumidores.

La confusión llegó a ser tal y los malos usos llegaron a estar tan generalizados, que ahora hace falta señalar como excepcional lo que nunca debería haber dejado de ser el trato normal con la naturaleza. De ahí que sea necesario señalar la rareza de lo bueno, en lugar de marcar con banderas de alarma los malos usos.

En algunos casos hay interés en esta confusión, porque la gran industria alimentaria prefiere que perdure la niebla sobre todo lo que atañe a la alimentación ecológica. Y lo hacen de dos maneras. La primera consiste en emprender su propia aproximación al prestigio de lo ecológico con el ya bien conocido “greenwash”, el lavado de imagen de la gran industria que hace pequeños gestos de acercamiento a lo verde, pero sin comprometerse realmente con ello. En realidad, este movimiento generalizado de toda la industria hacia un decorado verde tiene dos efectos colaterales francamente positivos: uno es inmediato, porque por mínimos que sean, hacen pequeños gestos ecológicos; el otro, indirecto, es el hecho fehaciente de que el valor de lo ecológico es valioso hasta lo imprescindible incluso para los mismos gigantes que motivaron su casi extinción.

La segunda estrategia de fomento de la confusión sobre el terreno de lo ecológico consiste en extender una nebulosa sobre sus límites, como si sus fronteras fueran frágiles y su hecho diferencial, nimio. Precisamente porque saben que es un camino que han de recorrer, prefieren que la laxitud de las condiciones les permita enseguida incluir cualquier tipo de producción en el prestigio de lo ecológico. 

Por suerte, estamos en camino de identificar con mucha mayor precisión el camino de lo ecológico. Sabemos, como hemos dicho, que estamos hablando de la misma realidad cuando hablamos de ecológico, biológico u orgánico. Pero ¿de qué realidad se trata?

Aunque en el saber popular aún pasarán años hasta que se identifique lo ecológico con sus cualidades y características, esta realidad ya se encuentra definida en los grandes cuerpos legales internacionales. En el caso que nos toca, la Unión Europea desarrolló un reglamento el 2018/848, en el que la producción ecológica está perfectamente descrita. 

Pero esto es materia para otra parrafada. Hoy nos quedamos con que cuando decimos ecológico, biológico y orgánico, nos estamos refiriendo a un mismo modo de hacer y entender que nos acerca a un mayor respeto con el planeta. 

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bio · biológico · Ecológico · orgánico

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