Consumo sostenible y grandes incendios
Antes de hablar de los incendios, vamos a dar un paseo. Un paseo de, por ejemplo, cinco minutos. Cinco minutos es el tiempo que se tarda en dar la vuelta a un campo de fútbol a paso ligero. Un campo de fútbol ocupa un área de aproximadamente una hectárea.
Las dimensiones de los incendios se suelen medir en hectáreas. Si un incendio forestal se apaga antes de llegar a quemar una hectárea, no cuenta en las estadísticas, sino que se computa como simple conato.
Así que cuando hablamos de un incendio, de cualquier incendio forestal, estamos hablando siempre de superficies considerables. Basta que nos imaginemos el tamaño de la hoguera que sería necesaria para incendiar un campo de fútbol entero. Sería una fogata bastante impresionante.
Ahora empezamos a estar en condiciones de imaginar las dimensiones de un gran incendio. En el que quemó la sierra de Estepona en la primera quincena de septiembre de 2021 arrasó aproximadamente diez mil hectáreas. Una superficie diez mil veces mayor que un campo de fútbol. El de Castilla la Mancha de unas semanas antes quemó más del doble de superficie: nos llevaría aproximadamente dos meses y medio rodear todo el área de ese incendio, caminando sin parar a buen paso.
La dimensión de estas catástrofes es difícil de concebir, por muchos paralelismos que le pongamos. Conviene imaginar, además del desastre natural incalculable, a las personas que tienen su medio de vida precisamente en los parajes arrasados por el fuego. Cae sobre ellos un mazazo que les obligará a cambiar de forma de ganarse la vida, además de los daños materiales directos. La tragedia de los incendios hiere mortalmente a los medios de vida rurales, que se han ido haciendo cada vez más difíciles en las últimas décadas.
Según datos de Greenpeace, la superficie de cultivo abandonada en España desde 1962 se cifra en hasta cuatro millones de hectáreas. Si lo traducimos a la particular métrica que hemos propuesto, basta decir que tardaríamos unos treinta y ocho años en rodear andando semejante superficie.
El abandono de los oficios agrícolas tradicionales es uno de los factores determinantes de que los incendios sean cada vez más grandes y más difíciles de controlar. La agricultura y la ganadería de pequeña explotación, que se ha reducido hasta casi desaparecer de nuestros espacios rurales, ha sido durante decenas de milenios un factor de evolución armónica de los bosques y masas forestales. El ganadero limpia y mantiene los pastos, el agricultor demarca y ara su terreno. Ambos utilizan el bosque como fuente valiosísima de materia prima, y por eso mismo lo cuidan, lo vigilan, lo respetan. Sin esa presencia humana, las masas forestales se compactan, se convierten en manchas contiguas de biomasa sin orden, sin equilibrio, sin custodia. Y por supuesto, en una masa mucho más vulnerable a los grandes incendios.
Por fortuna, actualmente se están produciendo movimientos significativos de retorno a los modos de vida rural más tradicional, relacionados con un resurgimiento de la preferencia por la producción sostenible, a pequeña escala y dirigida a un consumidor cercano.
El consumidor, por su parte, es cada vez más consciente de que su mejor forma de estar en contacto con los dones de la naturaleza es estar atento a la procedencia y modo de producción de los bienes que consume. Sabe que consumir productos sostenibles le acerca a la naturaleza. Que, además de mejorar sus propias condiciones de salud, le permite ser parte del círculo virtuoso de regreso al equilibrio con el planeta.
Pero aún hay, al menos, un beneficio más: el consumidor sensibilizado, al consumir productos sostenibles y, con ello, contribuir a fomentar y mejorar el modo de vida rural, está facilitando la gestión de los bosques y ayudando a reducir su vulnerabilidad ante los grandes incendios.
Así podremos seguir paseando. Y no sólo en torno a campos de fútbol.
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