Pero, ¿de verdad lo ecológico merece la pena?
Nos pasa continuamente. Un amigo se te acerca apelando a la confianza que tiene contigo y te dice, bajando un poco la voz: “Oye, a ver, entre nosotros: ¿lo ecológico merece de verdad la pena?”. A pesar de que la situación se repite con mucha frecuencia, sigue dejándonos un poco estupefactos, y tardamos en reaccionar como si nos hubieran pillado en un descuido. Pero no es así: es que no deja de sorprendernos.
La moda de lo ecológico es una bendición, sin duda. Es un valor en alza y prácticamente todas las grandes marcas de alimentación, pero también muchas de la industria de la moda y de casi cualquier otro sector de consumo, desde los gigantes de la producción energética a la alta tecnología, pasando por las bancas de inversión, la construcción, y hasta las criptomonedas, tratan de fundamentar su virtud con argumentos de ecología y de sostenibilidad. Y se hace ya con total naturalidad, sin aparente necesidad de argumentarlo, como un valor asumido e indiscutible. Y eso es bueno.
Pero lo malo de que algo esté de moda es que se abusa de ello. Se utiliza como herramienta comercial de una manera que llega a oler un poco a tufo. Y entonces se produce la desconfianza. La sostenibilidad está de moda, algo tendrá la sostenibilidad. Y llega la pregunta de la gente: “¿Pero de verdad…?”.
El último fue Jose. Está trabajando con nosotros en un proyecto importante desde una empresa externa, pero tiene suficiente confianza como para aventurarse. Lanza su pregunta con cautela, pero no se resiste: “Me vais a matar cuando os pregunte esto, pero ¿realmente lo ecológico es mejor?”. Cuando le preguntamos qué tipo de alimentos consume él, nos cuenta. Tiene familia en Extremadura y ha vivido el campo de cerca. Todavía consume huevos y hortalizas de la huerta de sus abuelos, e incluso él mismo tiene gallinas en casa. Se extiende contándonos la diferencia que encuentra entre la cinta de lomo de las que compra al carnicero de su pueblo, que cría sus propios cerdos, y la que ve en los supermercados: “se la doy a probar a mis amigos y flipan, es que es otra cosa”.
Jose es una buena prueba de que lo ecológico merece la pena. Y de que no es una rareza nueva, sino una realidad cercana que hemos vivido desde siempre y hasta hace poco en todas partes. Lo que es raro es lo otro, la explotación de los campos y los animales como si fueran máquinas, industrias de rendimiento por el mero rendimiento, gregarios del culto a la mera cantidad, como si a base de más fuéramos a conseguir algo mejor.
Jose duda de lo ecológico porque no ha conocido una alimentación que no sea ecológica. Y eso se puede entender. Cuando no cabe ninguna duda es si lo comparamos con los alimentos y los bienes de cualquier tipo con los que se producen de manera atenta a la sostenibilidad. Entonces, cuanto más lo analizas, desde todos los puntos de vista, no cabe ninguna duda: lo ecológico es mejor.
En los últimos meses, por ejemplo, está de moda la discusión de si los bitcoins son ecosostenibles. Son cuestionados por el hecho de que el mantenimiento de las supercomputadoras que guardan sus claves conlleva un alto consumo. Y esto no es una moda: es el regreso del sentido común.
Sobre la calidad, el sabor y las virtudes concretas de lo ecológico hablaremos en otra ocasión. Pero hoy queremos poner la atención de los escépticos en que esto de lo ecológico no es una moda. Es volver a las cosas tal y como han sido siempre.
Lo que es una moda es la producción desmedida y desconsiderada, sin razonar el cómo ni el para qué. Es una moda que duraba ya demasiado, pero que al mismo tiempo ha sido muy corta: hace cuarenta años, todos los que hemos entrado en la inercia funesta de la prisa en la industria alimentaria, nos nutríamos con alimentos de proximidad, producidos con el ritmo y las reglas de la Tierra. Gracias a Dios, esa moda está pasando.
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